Wednesday, August 29, 2012

ANGELICA BEATRIZ PEREZ ROMAN

Entiendo lo mucho que se piensa cuando se está buscando algo que se sabe no está perdido.  Quiero ayudar a encontrarla y traer paz a tantos años de búsqueda.  Tengo la corazonada que Betty Pérez va a hacerse presente. Y que si alguien la conoce o sabe de ella, vendrá a decirnos.  He aquí pues, lo que mi amiga Ana Cristina ha escrito:




La Búsqueda - Carta abierta para Angélica Beatriz Pérez Román

El apremio por saber de ella empezó mucho antes de que el grueso de la gente pasara días y noches rastreando personas del pasado vía Facebook; antes de que se formara Myspace en 2003, se fundara Yahoo en 1994, o el acceso a Internet se hiciera popular hacia finales de la década de los 90s. Comencé mi búsqueda incluso antes de que Mark Zuckerberg (n. 1984) saliera de la escuela primaria, recién iniciados los 1990s.

Mi necesidad por encontrar a Angélica Beatríz Pérez Román fue algo que se empezó a formar en mí apenas dos años después de que nos graduáramos de la prepa y, hasta el día de hoy, no ha sido saciada.

La conocí en Septiembre de 1981, cuando recién ingresé a la escuela secundaria, con tan sólo 12 años, y hace exactamente 31 años atrás. La Secundaria Diurna No. 38, "Josefa Ortíz de Domínguez", ubicada en la esquina de Avenida Coyoacán y la calle San Borja, en la colonia Del Valle de la Ciudad de México, fue nuestra escuela por los siguientes tres años y el marco perfecto para que se cimentara una amistad que para mí, en muchos aspectos, fue entrañable. No exagero al decir que desde los primeros días hubo algo que me acercó a ella. Su sonrisa pronta, su plática modulada, su carisma... todo en ella me alentó a abordarla. Su actitud parecía decir que era sencillo entablar una amistad entre nosotras, y no me equivoqué.

Betty, como ella prefería que se le llamara, era una chica sencilla y agradable, de trato dulce y mirada pispireta. Con el tiempo reconocí que, además de todas sus cualidades como persona, también era muy bonita; con la melena esponjada de aquéllos tiempos, tez blanca de un cutis sin imperfecciones, ojos amielados de pestañas grandes, tupidas y naturalmente curvas, nariz respingona y coqueta, y una boca que parecía de muñeca, era lo que llamamos una belleza natural. Claro que en aquél entonces esas eran cosas en las que no reparaba. Me caía excelentemente bien y punto. Estaba yo a la búsqueda de una amiga, La Amiga, y a todas luces la había encontrado en Betty Pérez Román.

Los dos siguientes años fueron de confidencias de adolescentes, de compartir el mismo gusto por la música, los artistas de moda, la ropa, hasta la nueva revista Tú que recién acababa de ser lanzada y que tanto nos gustaba leer en ese tiempo. Fueron épocas de pasar tardes enteras tiradas en la cama, platicando nimiedades, desde el último chisme de la escuela, quién andaba con quién, hasta cosas tan trascendentales como quiénes éramos, qué queríamos de la vida, nuestros más íntimos anhelos y sueños, los secretos más oscuros de nuestras familias, nuestros miedos y debilidades. Por muy trillado que suene, compartimos risas y lágrimas, tropiezos, dificultades y un sinfín de alegrías simples que iluminan el alma: el chicho que me gusta, me sonrió ayer en misa; saqué 9 en el exámen de geografía y ni siquiera estudié; llevo una semana sin pelearme con mi hermana.

Mi intuición de niña de 12 años no se había equivocado. Sí, en Betty había encontrado esa Amiga próxima y querida con la que una siempre sueña. Si bien es cierto que teníamos un grupo de amigas de lo más variado, también es cierto que durante el primer y segundo año de secundaria Betty y yo fuimos inseparables. No importó que ella viviera en la Unidad Plateros, cerca del Periférico y yo en el corazón de la colonia Narvarte. Nos veíamos todos los días, de lunes a viernes en la escuela y pasamos varias veces la noche una en la casa de la otra durante los fines de semana, tejiendo y acrecentando esa amistad que en ese entonces para mí era vital. Aún cuando la convivencia era diaria y estrecha, nos escribimos innumerables cartas, derramando en ellas toda la melcocha que solo los adolescentes son capaces de compartir.

El cambio se dió al pasar a tercero de secundaria. No recuerdo los detalles ni las razones para el alejamiento que se dió entre nosotras. Supongo que fue algo sumamente doloroso para mí y por eso mi mente selectiva decidió borrar los motivos y por menores. No sé ni siquiera si hubo alguna disputa de por medio, algún enojo; simplemente, dejamos de ser aquéllas amigas que compartían todo. Me refugié en otras amistades. Traté de hallar un sustituto para mi soledad y ella hizo mancuerna con Nora T., quien, a la vuelta de los años, resultó ser toda una celebridad en el área deportiva de aguas abiertas. Me dolió mucho terminar la secundaria y no contar con Betty Pérez entre mis amigas.

En 1984 entré a la preparatoria, pero no a la oficial como era esperarse viniendo de una secundaria pública. Mi familia hizo el esfuerzo de enviarme a una escuela particular y fuí inscrita en el ahora difunto Colegio Kansas, ubicado en la calle de Concepción Béistegui en la Colonia Del Valle, a unas cuantas cuadras de la Secundaria 38. En áquel entonces, al igual que la secundaria, el Colegio Kansas era una escuela para puras mujeres, combinando el sistema C.C.H. con el secretariado comercial. Una vez que se iniciaron las clases, supe que Betty Pérez también estaba inscrita en el Kansas, y como la población estudiantil era de menos de 100 alumnas, sólo había un grupo para cada grado y estaríamos en el mismo salón. Claro que eso no borraba el distanciamiento que había entre nosotras y aunque la escuela era sumamente pequeña y nos veíamos a diario, jamás volvimos a convivir como antes.

Nuestras vidas se tornaron paralelas, cada quién en su mundo, tratando de formar nuevos vínculos. Nunca más volví a interactuar con ella. Si nos veíamos en los pasillos o dentro del salón, nos saludábamos más bien por cortesía. No recuerdo que hubiera algún intento de acercamiento por ninguna de las dos partes. Nosotras, que antes habíamos compartido tanto, éramos ahora como dos completas extrañas. Al principio fue algo que me conflictuaba, pero con el tiempo me adapté dejé de echarla de menos;el dolor de la pérdida se alivianó hasta desaparecer.

No fué sino hasta casi finales del cuatro semestre cuando cruzamos más de tres palabras. Entre clase y clase, entré al baño y me la encontré con el rostro bañado en lágrimas. Verla así de vulnerable me removió todos los recuerdos y sentí una ternura infinita. No recuerdo exactamente lo que hablamos, pero me dejó entre ver que tenía conflictos familiares y problemas médicos. Le dí un fuerte abrazo sincero y, apesar de la separación que se había dado entre nosotras, le reiteré mi presencia y ayuda incondicional. Después de ese encuentro, las sonrisas de lado a lado del salón fluían casi a diario, pero no pudo rescatarse aquella amistad que una vez tuvimos.

Casi para cerrar el sexto semestre de la prepa se organizó una reunión de despedida y cierre de cursos en la casa de Claudia y Diana Huerta. Aún conservo fotos (bastante malas, por cierto) del convivio y en ellas se ve a una Betty Pérez relajada y contenta. Todas estábamos eufóricas y felices por terminar nuestros estudios, recordando las vivencias de los pasados tres años. Betty hacía incapié en que nadie del grupo mas que ella podía presumir de conocer a alguien por mas tiempo que ella: nosotras teníamos una historia de seis años... casi toda una vida para nuestra corta edad. Su comentario me inundó de satisfacción y nostalgia.

No recuerdo si Betty Pérez Román asistió a nuestra misa de graduación, en la iglesia de Santa Mónica de la Colonia Del Valle. Tampoco recuerdo haberme despedido de ella o haberle preguntado cuáles eran sus planes a futuro, algo que de lo que tiempo después me arrepentí.

En los últimos días de clases, mi papá sufrió un connato de infarto y se vió muy delicado de salud. Esto me llevó a faltar a la escuela y perderme de las festividades que las maestras organizaron para nuestro grupo. En uno de esos días, envié con alguna amiga un cuaderno para que lo circularan entre todas las compañeras y me dieran su "autógrafo". Debido a la situación que había en casa, la emoción por graduarme y el que ya estaba yo buscando empleo, no le presté la debida atención al cuadernito aquél cuando me lo entregaron. Fue hasta dos o tres semanas después de que habíamos salido de clases que me dispuse a leerlo de pasta a pasta y saborear los comentarios que tanto maestras como compañeras me habían puesto. Y sí, en las últimas páginas encontré lo que Betty me había escrito: casi 4 ó 5 hojas, por ambos lados, empezando de atrás para adelante. Siempre tratando de ser original y de romper las reglas que dictan qué hacer y cómo hacerlo. ¡Betty siendo Betty hasta el final!

Al ver su hermosa caligrafía y beberme sus letras, me sentí una vez más inundada por la nostalgia y la pérdida de tan bella amistad; y, conforme iba leyendo, el miedo comenzó a invadirme y me abrumó totalmente cuando llegué al final y me dí cuenta que Betty no había escrito sus datos. Volví a leer lo que me escribió ya no sé cuantas veces, como si esperara que en la siguiente lectura su teléfono y dirección aparecieran de un momento a otro. ¡Nada! Empanicada, escarbé en mi baúl de los recuerdos, buscando la libretita de autógrafos que tenía al salir de la secundaria. Sí, ahí todavía tenía los datos de Angélica Beatriz Pérez Román. La misma dirección en Plateros que en algún tiempo me supiera de memoria. El mismo teléfono que en esos ayeres podía recitar hasta dormida y que ahora solo tengo el vago recuerdo de que empezaba con 6. Llamé de inmediato y no hubo respuesta. Lo intenté muchas veces más en ese verano del 87 siempre con los mismos nefastos resultados. Nadie contestó.

Pasó el tiempo; varios meses, incluso podría decir que hasta dos años. No lo sé con exactitud. Pero de vez en vez, siempre que me inundaba la nostalgia, intentaba llamarle. Dejé de hacerlo cuando la única respuesta que obtuve fué la típica grabación autómata que Telmex ponía cuando una línea ha sido desconectada. Fué entonces cuando me decidí a darme una vuelta por Plateros; pero, para mi mala suerte, la persona que vivía ahí desconocía el paradero de los habitantes anteriores. Otra vez, ¡nada! Era como si Betty se hubiera esfumado y lo único que me quedaba eran dos o tres fotos de dudosa nitidez, inumerables recuerdos, un puñados de cartas y ese dolorcillo en algún punto impreciso del alma.

Cambié dos veces de trabajo. Me casé. Me fuí del país. Mi vida dió un cambio de 180 grados: adaptarme a un nuevo país con una cultura totalmente distinta, convertirme en madre por partida doble, ocuparme al cien de las vidas de mi nueva familia, todo lo que vivía hizo que mi necesidad por encontrar a Betty se adormeciera. Se adormeciera, pero nunca se borró. Aún a pesar de los kilómetros de lejanía y del tiempo transcurrido, desde 1992 me dí a la tarea de buscarla. En aquél entonces aún se estilaba escribir cartas en papel y a mano. Mantenía yo una correspondencia asidua con familiares y amigos y no había semana que no recibiera (¡y contestara!) por lo menos dos o tres cartas. Obvio, las amistades con las que me carteaba no sabían nada del destino de Betty. En las ocasiones que fuí al D.F. a visitar a mi familia, siempre me dí el tiempo y espacio necesarios para sumergirme en las páginas blancas del directorio telefónico, esperanzada a encontrar el teléfono de su familia. ¡Nada! Siempre nada...

Hace más de treinta años que la busco; que te busco, Betty, y sigo topándome con el inmenso gris de la incógnita. Periódicamente me zambullo en los diversos buscadores del Internet pero mi búsqueda sigue inconclusa. Es desesperante saber (¡imaginarme!) que estás ahí, Beatriz Pérez Román, en algún lugar, viviendo tu vida y yo sin saber de tí. Las preguntas imaginarias siempre son las mismas: ¿te acordarás de mí? ¿recordarás con nostalgia la amistad tan linda y pura que compartimos en la adolescencia? ¿tendrás también curiosidad por saber de mí, saber qué he hecho con mi vida?

No lo sé. Hasta hoy no ha habido respuesta, y me frustra pensar que el tiempo sigue pasando y mi búsqueda es nula. Me pregunto si en otros dos o tres lustros volveré a estar sentada frente a la pantalla, dándole seguimiento a esta pesquisa de años y obteniendo el mismo veredicto.

Angelica Beatriz Perez Roman... Angélica Beatriz Pérez Román... Betty Pérez... Bety Pérez Román... ¿de cuántas formas puedo submitir tu nombre? ¿te casaste y cambiaste de nombre, como mi hermana, y es por eso que no te encuentro? ¿estás ahí? ...